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Por Edmundo Jarquín - De las encuestas publicadas recientemente, y en las cuales en general el gobierno sale bien valorado, se están sacando conclusiones demasiado apresuradas. Si esas encuestas, que coinciden con la valoración que de nuestra situación económica han hecho diversas agencia internacionales, revelan que para una parte importante de la población estamos bien, y por tanto sus expectativas son positivas, ¿significa que vamos bien? Contestar esa pregunta requiere una reflexión histórica y, a la vez, comparativa.
Como se sabe, las encuestas son una fotografía del momento en que se toman. Y qué duda cabe que debido a diversos factores estamos atravesando, en términos económicos, un momento moderadamente bueno. Si fuese otra la situación, por ejemplo que estuviésemos en un momento moderadamente malo, qué duda cabe también que el gobierno no saldría bien valorado y que las expectativas serían negativas. Por ejemplo, ¿cuál se cree será la evaluación de la situación que harán cafetaleros y cortadores el próximo año, cuando se junte el efecto negativo de precios que son la mitad de hace dos años, con el efecto de la Roya? Y más con un gobierno que al principio minimizó el daño de la plaga, no hizo nada, y prácticamente sigue sin hacer nada. Corresponde, entonces, hacerse una pregunta complementaria de la anterior: ¿está haciendo el gobierno lo que hay que hacer para superar lo que la Agencia Evaluadora Internacional Moody´s llamó las "insuficiencias estructurales" de nuestra economía? Y si mañana, por alguna razón, faltaran los recursos para las láminas de zinc, los paquetes navideños y otros beneficios distributivos, ¿cuál será la opinión de esas personas que actualmente se declaran satisfechas? La respuesta es obvia. A propósito de las mencionadas "insuficiencias estructurales" que el gobierno sigue sin atender, las mismas encuestas revelan que los problemas del empleo, y por tanto de la sostenibilidad del bienestar que se declara en las encuestas, sigue siendo la mayor preocupación de la inmensa mayoría de la población. ¡Y qué decir de la calidad educación, otra grave "insuficiencia estructural", puesta en evidencia en las recientes pruebas de admisión universitarias! Como el preguntarnos hacia dónde vamos es la pregunta pertinente, es útil destacar lo que la última encuesta de CID Gallup señala, y que ha sido ignorado por quienes se han apresurado a sacar conclusiones progubernamentales. "El desempleo ahora es el principal desafío que tiene Nicaragua y el hecho de que no hay oportunidades de empleo -para la juventud en especial-, ocasiona que estos emigran en búsqueda de su porvenir. ......No extraña entonces que la mayoría perciba, que la situación de la juventud no es positiva; no tienen éstos la misma calidad de vida que tuvieron los adultos, ni tampoco las mismas oportunidades presente ni vislumbran condiciones futuras que le permitan una vida digna". Volviendo a las "insuficiencias estructurales", que determinan el futuro, sin duda la más grave es la seriamente deteriorada institucionalidad del Estado de Derecho que se traduce en corrupción, mala asignación de recursos y un "capitalismo de amigotes" en vez de una verdadera economía de mercado, competitiva y eficiente. Procesos de prosperidad han sido revertidos, en Nicaragua y otros países, cuando ese "capitalismo de amigotes" llega a sus límites, y la asfixia económica y política hace estallar a la población. En sentido contrario, son los países con más sólida institucionalidad -sistema judicial que funciona con equidad, libertad de expresión, derechos de propiedad protegidos, gasto público eficiente, procesos electorales confiables- los que alcanzan procesos sostenidos y crecientes de ahorro e inversión, crecimiento económico, y por tanto de generación de más y mejores empleos. Es cierto que los problemas de la institucionalidad no marcan como relevantes en las encuestas, pero el papel de los dirigentes -políticos, laborales, sociales, empresariales, formadores de opinión- es precisamente hacer ver lo que la complacencia inmediata impide ver. El papel de los verdaderos dirigentes no es ver con el bolsillo, sino con el ideal de la sociedad que se quiere, que se puede tener, que merecemos los nicaragüenses tener, y no es hacia ella que nos conduce el gobierno de Ortega, por más que el vértigo del egoísmo y las satisfacciones inmediatas, y cierta perversa autocomplacencia, confundan momentáneamente el camino. Licencia para la impunidad Una peligrosa lectura de las mencionadas encuestas es la que puede hacer el propio gobierno al creer que sus abusos en cuanto a la institucionalidad y el aprovechamiento del poder con fines privados, incluyendo el enriquecimiento, tienen licencia de impunidad. Que el gobierno haga esa lectura podría resultar entendible, aunque no justificable. Lo que no resulta ni entendible ni justificable es que desde fuera del gobierno también se hagan lecturas que terminan siendo un incentivo para que el gobierno crea aún más que tiene esa licencia. De particular preocupación es que se crea, porque una mayoría en las encuestas considere, muy probablemente en un acto de desinterés, que las última elecciones municipales fueron creíbles y libres, que efectivamente así fueron y el FSLN ganó limpiamente. Sobre ese particular, el gobierno sigue sin responder la pregunta crucial: si efectivamente el gobierno cree que tiene un respaldo abrumador, ¿porqué no permite absoluta transparencia en los procesos electorales y continua manipulando la información, se niega a cotejar actas, cedula a su antojo, expulsa fiscales y agrede físicamente a los opositores? Si no necesitara hacerlo, ¿por qué lo hace? Quienes en su complacencia, aunque no lo quieran, terminan estimulando al gobierno a la impunidad, deberían entender la lógica íntima del poder autoritario: si el poder no se ejerce, se pierde, y entre más se ejerce, más poder se tiene. Es la misma lógica de la impunidad que se retroalimenta a sí misma: si el riesgo de violar la ley es pequeño o inexistente, mayor estímulo para violarla. El filósofo católico francés Jacques Maritain hablaba de "las proféticas minorías de choque". Ese es el papel de los verdaderos dirigentes, como lo indicamos antes: iluminar, aclarar, sobre todo cuando el porvenir luce oscuro.