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Mas que nuevas elecciones la situación del país exige aparcar la ambigüedad, y responsablemente desde la convergencia, posibilitar la conformación del gobierno de progreso que la situación requiere
Desde el punto y hora que su contenido vulnera explícita y repetidamente el principio de igualdad, no debe plantear cuestionamiento de tipo alguno el hecho de afirmar que la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG ) es totalmente anticonstitucional, toda vez que la prevalencia del criterio de representación territorial impide la existencia de paridad en el sufragio, y con ello, la proclamación constitucional de que todos los votos tengan idéntico valor. Una inusitada contradicción, por cuanto al tiempo que en la práctica electoral la homogeneidad del voto brilla por su ausencia, la garantía de su valor homónimo consta matizado expresamente en el contexto del marco constitucional, ciñéndose al más amplio derecho de igualdad ante la ley que como mejor formulación expresa el propio artículo 14 de la CE
Es por eso que la aplicación de tan anómala legislación en las elecciones generales del 20D fue la tabla de salvación que hizo que un bipartidismo tocado y en desplome se mantuviera a flote, razón sobrada para afirmar que el actual sistema electoral es en si mismo una perversión de la democracia que impide toda posibilidad de impulsar el multipartidismo en pie de igualdad, siendo por eso que el resultado de su aplicación no responde en modo alguno a la realidad del mapa político de la sociedad española.
Hecho que viene a evidenciar que el mantenimiento de tan atípica Ley Electoral es en si mismo el soporte impropio que sostiene la pervivencia de un bipartidismo decadente, y razón por tanto mas que justificada para establecer su reforma como objetivo preferente.
Finalidad que además de plantearse como una exigencia de ética democrática ha de ser también un imperativo de caución del Estado de Derecho, con el propósito de poner punto final a un modelo que nacido en el postfranquismo, a tiempo presente, por su disfunción no debe seguir persistiendo cuando en si mismo se ha convertido en una completa estafa.
Al menos esa es la interpretación acorde si hacemos una lectura apropiada de la Transición, y tomando razón del derecho de la ciudadanía a decidir su destino político, somos capaces de entender que desde el primer momento, el proceso no dejo de ser una vana ilusión, y ello a juzgar por los controles y filtros de acompañamiento que mediatizaron el ejercicio del sufragio, al no permitir en modo alguno que el derecho de voto fuese ejercido al margen de los centros de poder que como propulsores se encargaron de reducir todo síntoma de pluralismo a la mínima expresión.
No hemos de soslayar la involución política del PP, la estafa electoral urdida por el propio Rajoy a sus votantes y los estragos causados en cuatro años de neoliberalismo a ultranza
Ese motivo que no otro, ha sido la causa de 38 años del progresivo deterioro de la vida política, del descrédito y distanciamiento de unos partidos con marcada tendencia a la oligarquización, que en su incongruencia, con idéntica facilidad tanto proclaman la unidad de España como regalan la soberanía nacional generando con tal despropósito que este país haya dejado de tener fundamento socioeconómico y político propio como Estado Soberano, provocando con ello, además de una crisis de representación democrática la total deslegitimación del bipartidismo congénito.
Referir por tanto que lo artificioso del sistema electoral y el demérito de sus autores, hace recomendable que a la hora de conformar nuevo gobierno toda interpretación de los resultados de los últimos comicios deba realizarse prescindiendo de subterfugios legislativos, otorgando prevalencia al acumulado de votos por candidatura como factor determinante de atribución de gobernabilidad. Pues en buena lógica, el futuro del país debe ser democráticamente otorgado a quienes en su conjunto agrupen la mayoría electoral en votos, que nunca, a quien se arrogue tal derecho aduciendo la condición de lista más votada, pues el reconocimiento de tal circunstancia como justificación equivaldría a validar contra toda lógica el decadente sistema electoral. Siendo por eso que en los objetivos programáticos de un hipotético gobierno de progreso la reforma de la Ley Electoral como asignatura pendiente de la democracia ha de ser establecida como acción urgente y perentoria.
En todo caso, no hemos de soslayar la involución política del PP en la anterior legislatura trayendo a colación como referentes la estafa electoral urdida por el propio Rajoy a sus votantes y los estragos causados en cuatro años de neoliberalismo a ultranza, como argumento sobrado para desaconsejar su postulación a presidir el nuevo Ejecutivo. Pues no ha de otorgársele segunda oportunidad a quien desde la mayoría absoluta de una derecha antisocial y retrógrada impuso su voluntad declinando toda negociación o pacto sustituyendo así el parlamento por los decretos ley, siendo por ello que resultaría un anacronismo político hacerse cómplice de quien por sus hechos estás obligado a combatir
De ahí que ante la compleja coyuntura que vive el país, por responsabilidad de Estado, sea obligado abortar todo intento de continuidad del PP, siendo alternativamente deseable, la conformación de un Gobierno entre las fuerzas progresista que en confluencia asuman el cambio político que la situación demanda .