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La insatisfacción popular y la decisión de la mayoría en poner punto final al bipartidismo, hace que la llamada a las urnas sea totalmente distinta a otros comicios. Un vaivén que viene a acentuar el carácter absurdo de la jornada de reflexión
Aunque para un día como hoy la ley electoral de 1985 establece que no se puede hacer propaganda política ni pedir el voto a partir de las 00.00 horas del día anterior a la votación, no es menos cierto que el sobrentendido de esta disciplina legal es en se misma un completo despropósito. Lo es, porque tras el mas que aparente mutismo político y mediático de la jornada de reflexión, el verdadero sujeto de ponderación tiene conexión con los programas electorales de las fuerzas políticas concurrentes, cuyo contenido en la gran mayoría de los casos son referentes de insolvencia, es decir, papel mojado que no sirve absolutamente para nada, pues al no existir regulación de condición vinculante, cualquiera formación puede prometer lo que se le antoje porque los candidatos saben de antemano que con su incumplimiento no incurren en infracción legal, como tampoco, contraen responsabilidad de tipo alguno, siendo buena muestra de tal apreciación el fraude histórico - electoral del bipartidismo,
De ahí que preservar la víspera electoral a reflexionar sobre la entelequia publicitaria que de forma reincidente es utilizada durante la campaña electoral por las fuerzas políticas especializadas en el engaño, no pasa de ser un completo desvarío, y digo esto siendo respetuoso con las limitaciones que para el día establece el marco legal, pero también atribuyéndome el derecho que me asiste de reivindicar como propio el espíritu de treinta y ocho años atrás coincidente con la celebración de aquellas primeras elecciones de una recién nacida democracia, que sí tenía verdad en el alma, abolengo y mayor espíritu participativo, contra lo que durante los últimos tiempos no pasó de ser un juego perverso en el que siempre ganaron los mismos y la voz de muchos quedó sin expresión.
Un régimen aparentemente administrado por una clase política decrépita, que realmente fue manejado hasta ahora acorde a la voluntad de poderosas tramas financieras sin nombre ni rostro de referencia, es decir, una pérfida situación que permitió la suplantación del mandato popular y donde los candidatos lejos de mantener el mensaje de sus respectivos programas, una vez logrado su acceso al poder, atribuyéndose el derecho a decidir en nombre de la ciudadanía no dudaron en utilizar los resultados de su astucia electoral en favor de intereses espurios. Y esto dicho en voz alta como denuncia de un modelo decadente que de inmediato debe ser sustituido por algo mejor, para evitar con ello su continuidad al amparo de pantomimas y artificios, evitando así el efecto llamada al voto irresponsable e irreflexivo.
Hasta ahora la democracia representativa en este país ha sido puro simulacro, como pone de relieve su falta de autenticidad
Sobrando por tanto argumentos para afirmar que en el largo viaje desde la transición la clase política que nos condujo hasta aquí, lo hizo, depositando la soberanía del Estado a plazo fijo y sin intereses en manos del capital, y tal entrega, por extensión, convirtió en rehén de estos marchantes al conjunto de la sociedad, tal es así, que motivado por la crisis diseñada por ellos mismos, la ciudadanía al completo, para satisfacer sus exigidas apetencias, se vio forzada a una sucesión de sacrificios que desde la renuncia a derechos sociales y prestaciones públicas, restó calidad en la enseñanza al igual que a los niveles de la sanidad pública al tiempo de precarizar el empleo facilitando el despido laboral, y todo esto, en razón a la actitud entreguista de una clase política mas encaminada a satisfacer la voracidad de los mercados que en implementar modelos económicos al servicio de la gente.
Situación expresiva conforme hasta ahora la democracia representativa en este país ha sido puro simulacro como pone de relieve su falta de autenticidad, tal es así, que después que el Estado interviniese en rescate de la banca privada con graves repercusiones para el sector público y el empobrecimiento sistemático de la población. Ahora, sean las mismas entidades financieras rescatadas quien sin previo resarcimiento impongan la puesta en práctica de duros ajustes económicos, que además de abusivos e inmorales vienen a acentuar la crisis existente al obligar la adopción de dolorosos programas de ajuste estructural, forzando la puesta en práctica de una severa disciplina fiscal, en un país, donde la mayoría social sufre en sus propias carnes un proceso de descapitalización creciente y todo con la colaboración ejecutora y aquiescencia de un poder político que por extenuado e inservible anula toda legitimidad democrática, cuyo deterioro se ve incrementado de escala por el empuje de a corrupción .
Ante tal deterioro la auténtica reflexión está servida, debiendo valer para librar con éxito una batalla de recuperación democrática y de hegemonía política, de tal modo, que desde un nuevo orden podamos vencer la fuerte resistencia impuesta por los lobbys de poder e imponer en sustitución la jerarquía democrática como norma de conducta; pues sólo desde esa perspectiva seremos capaces de alcanzar los objetivos previstos, porque de no ser así, sin adjudicar protagonismo a la primacía política, será la propia inercia de los poderes fácticos quien nos devuelva al punto de partida. En todo caso, no será la restricción reflexiva sino la libertad de expresión el punto de partida adecuado para tomar en nuestras manos el futuro y darle un vuelco a la situación.