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El 15 de agosto de 2011, 142 ciudades en unos 60 países marcharon todos a la vez, cada uno con su indignación particular.Pero el 20 de octubre de 2011 el mundo despertó con que Gadafi había muerto en el área de la Sirte, su ciudad natal
Gadafi, en paradero desconocido desde agosto pasado, cumplió al parecer su reiterada promesa de inmolarse antes que abandonar su jefatura; como suele suceder con personajes de esa calaña, se llevó por delante a decenas de miles de libios, por el hecho de no quererlo ver más ni en pintura; al parecer no le bastaban 42 años de mandato, no ejercía cargo oficial alguno pero era dueño de vidas y bienes de "su pueblo".
La guerra civil ha terminado al menos, pero Libia comienza una probable larga y complicada singladura, hasta ver si son capaces de resolver una transición en paz hacia una democracia, complicada cosa en un país repleto de tribus con intereses étnicos, económicos y políticos internos, e incluso externos, vinculados claro, al sempiterno asunto petrolero.
Por si fuera poco, hasta el descendiente de Idris I, Muhammad al Senussi, su sobrino nieto, aspira a sucederle en el trono que le arrebató Gadafi. Hasta los bereberes, pueblo de etnia Númida, no árabe, han pedido participar en el nuevo diseño libio. Muchos coinciden que en esta particular y larga primavera árabe, la juventud es el motor que tira del carro que está acabando con dictadores, excéntricos déspotas y demás angelitos.
Sin estar aún permeados por los de siempre, que no lo duden ustedes, pronto intervendrán a ver qué pescan en esas aguas. No debe ser fácil para la ELF, BP, Total y otras grandes petroleras abandonar ese caladero que les aportaba negocios mil millonarios (los italianos por ejemplo reportaron 40 mil millones de euros sólo en 2009).
Lo cierto es que podemos darnos un respirito tras la caída de semejante espécimen, que durante meses ha enturbiado la ya de por sí complicada "primavera árabe", aún en marcha aunque estemos en otoño; quedan en la cola Siria, Yemen, Etiopía, Qatar o Irán, todavía en pleno alzamiento contra sus dirigentes, que siguen aferrados a sus despóticas satrapías; cada país tiene sus particulares motivos, nada despreciables por cierto, pero el común denominador, es que los pueblos no aguantan más botas pisando sus cabezas, y están dispuestos a todo, que como se ve día a día, incluye morir por la libertad y el derecho a vivir mejor, pero de pie, antes que seguir de rodillas aguantando los antojos de sus gobernantes, sus dádivas y limosnas a costa de decir siempre: "sí, bwana". Por ahora queda la esperanza de que el porvenir sea un nuevo tiempo en democracia.
No se sabe qué pasará con todas las armas, provenientes de las grandes potencias, que Gadafi atesoraba y repartió a los que se prestaron para masacrar a sus paisanos. Se avecina una carrera para evitar que caigan en manos de terroristas y matreros mal nacidos, que según los que saben hay tantos, que si volaran cambiaría el clima. Gadafi había construido un país a su gusto mesiánico, con una población apenas una tercera parte que la de Venezuela, y reservas infinitas de petróleo, y un alto grado de culto a su personalidad.
Pero como suele ocurrir en estos casos la realidad se impone y el poder enfermizo qué tendrá termina por pagar. Así que la ciudad que fue su cuna, hoy ha sido su tumba. Prefirió morir matando, que sentarse en el banquillo de La Haya y ser condenado por delitos contra la humanidad, que hubiera sido lo ideal para servir de ejemplo.
Los reyes de Marruecos, Jordania y algún otro más, viendo la que está cayendo, hace meses han iniciado movimientos tácticos, tendentes a democratizar sus países, prometiendo sistemas parlamentarios, justicia y gobiernos autónomos electos libremente, mirándose en monarquías occidentales como el Reino Unido, España, Bélgica u Holanda, reservándose la jefatura del Estado al uso. A ver si cumplen y les sale bien la cosa. Sus pueblos lo agradecerán.
Los que todavía sueñan con resolver la vida de sus pueblos a punta de escuchar el sempiterno "sí, bwana", que tanto les agrada, no les vendría mal reconsiderar si pueden aplicarse el cuento, o prefieren insistir en salirse con la suya. Pero no debieran perder el tiempo, el mundo está cambiando muy rápido.
El 15 de mayo pasado un grupo de gente, casi todos jóvenes, que se autodenominaron "los indignados" emprendieron una marcha pacífica por Madrid, España, que llegó hasta la Puerta del Sol, en pleno centro de la capital y allí acamparon durante unos cuantos días. No se sabía muy bien de parte de quién venían, sólo aseguraban que protestaba contra un sistema que no servía y estaba quebrando al mundo en pedazos.
El también llamado movimiento 15M terminó por disolverse poco a poco, pero en vista de que las autoridades al contrario que los medios no les paró mucha bola, decidieron embestir de nuevo, con la sorpresa de ver que tenían muchos más seguidores de los que pensaban; de repente la cosa caló en la sociedad y se convirtieron en docenas de miles que más que indignarse ya se estaban cabreando, como dicen por allá, o arrechando como decimos por acá.
La historia es conocida, pero para hacerla corta, el mundo entero se hizo eco de la idea y el 15 de agosto pasado 142 ciudades en unos 60 países marcharon todos a la vez, cada uno con su indignación particular. O sea que el mundo se fue de "marcha".
NOTA: ¡Qué día! Hoy la banda terrorista vasca ha anunciado que dejará de matar, a ver si es verdad esta vez. Pero ése es otro asunto.
Fuente: Tal Cual