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Como silenciosos testigos del tiempo, me han visto crecer
Inalterables y eternos, ellos siempre han estado ahí. La ochava de Córdoba y Maipú, la fuente de la plaza, los escalones fríos y duros de la iglesia, las farolas amarillentas de la peatonal.
Como silenciosos testigos del tiempo, me han visto crecer; han visto crecer a todos. Fueron confidentes de las promesas que mis padres tallaron en algún lugar de la plaza y también, de las intimidades de un sin fin de parejas enamoradas. Atestiguaron robos, progreso y decadencia; destrucción, renovación y decepción.
Ellos me han visto caminar torpemente de la mano de mi madre y también me han escuchado llorar su ausencia
Ellos me han visto caminar torpemente de la mano de mi madre y también me han escuchado llorar su ausencia. Me vieron presumir la sonrisa orgullosa y cansada de un papá joven, mas no se les escapó el adiós ahogado de un papá viejo.
Seguro, me verán pasear de la mano de mis nietos y atentos prestarán oídos a las historias que yo les cuente. Serán historias pequeñas y únicas. Historias escondidas de mi ciudad, donde habitan unos taciturnos personajes de escenografía, que tan solo nos pueden ver pasar. Son como antiguos coleccionistas de historias que solo unos pocos podemos escuchar.
Y algún día, quizás algún día, oirán también los lamentos de alguien que llorará por mi.