Humo y ceniza. Rescoldos del pasado, donde hubo fuego y ya no queda nada. Te borré hasta de mis olvidos por querer recordar cómo era eso de no pensar. Tic-tac. Se consume mi tiempo, tu vida y la mía. Mi caos precisa de cierto orden. Y tiempo. Tic-tac, y nos esfumamos. Y escribo para saber que ya no te describo, para recordar que te olvidé. En el último de los días, en el primer día que comienza hoy y dejé para mañana. Y las cosas llegarán cuando no las quieras, cuando no sepas lo que quieras y cuando te creas que lo sabes todo. Y serás tú tu propia daga, afilada y punzante la que irá desgarrando tu corazón, por creerte indolente. Por buscar dinamitar en tu vitalidad la vital necesidad. Y podréis correr que llegaré. He entrenado para ello. Podréis esconderos que os encontraré y os llevaré conmigo. A rastras. Las palabritas se las lleva el viento pero te mantienes inmóvil, con los pies en el suelo a causa de tanto peso que llevas contigo. Y caeremos todos por nuestro propio peso y por el peso de nuestros sueños. En mi nube. Menos mal que los míos vuelan y estarán a buen recaudo, lejos de lo que vivo y viviré. Y en mis memorias, el mejor de los valores; el no tener precio y no menospreciarnos a nosotros mismos. Que valemos mucho. Y tenemos mil puntos de vista. Y que para parar mis parábolas hay que comprender que jugar con fuego es peligroso y un amor frágil arde como el papel. Para aprender a querer hay que empezar y terminar por uno mismo. Te ahogas en tus abismos. Por el amor con sentido perder el sentido y mover cimientos, desarmarte con sentimientos o conseguir un amor que provoque seísmos. Y tú, un terror de terremoto. Pero ya no entras en mi escala, lejos de la cala de mis sueños. Siempre tendré una sonrisa en mi cara para mañana y, por eso, romperé los platos. Porque mañana será otro día. Mañada será otro día.

Guille.