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Si como hasta ahora, las formaciones políticas que debieran predicar con el ejemplo mantienen la reiterada dinámica de incumplir sus compromisos con los electores, ningún argumento puede justificar entonces el propósito de la «jornada de reflexión»
No es que la ley electoral de 1985, denomine de forma explícita el día anterior a las elecciones como jornada de reflexión, pues tal etiqueta es una designación coloquial al margen del marco jurídico como formalismo definitorio de este vestigio de la Transición de inútil vigencia en la actualidad, pues a tiempo presente la comunicación política no es solo cosa de mítines y medios de comunicación tradicionales, por cuanto tales formatos de difusión se han visto superados por la mas avanzada tecnología de la era digital.
Una situación que a pesar de su notoria complejidad, ninguna de las fuerzas políticas mayoritarias tomó conciencia del alcance de sus efectos, como pone de manifiesto su negativa a adaptar la ley electoral a las nuevas tecnologías, cuando en el 2011 se llevó a cabo por última vez la reforma del régimen electoral (Loreg). Motivando tal circunstancia, que de partida, la nueva ley perdiese todo sentido efectivo al no incluir en su contexto el cambio tecnológico, cuya consecuencia prorrogó en el tiempo el anacronismo de mantener la continuidad de las restricciones primigenias mas propias de una democracia recién estrenada, contra la desregularizada operativa de un poder de difusión infinito como resulta ser internet.
Es por eso que seguir otorgando a la jornada de reflexión función clave en el contexto del proceso electoral cuando ni tan siquiera se ha dado el primer paso para enfrentarse a la asincronía de la era digital, mas que un ejercicio de consecuencia política son ganas de magnificar el simbolismo de lo obsoleto y negarse a evolucionar, un insólito proceder que a todas luces mantiene en entredicho la eficiencia de la función adjudicada a este día.
Pues más que cumplir la función reguladora de la calidad democrática que sus defensores le atribuyen, la verdadera finalidad que se persigue manteniendo la absurda prohibición de hacer política durante 24 horas antes de la jornada electoral, no es otra, que fijar en la mente del elector el mensaje de lo inmediato para así cortocircuitar el pretérito político y la perjudicial influencia del mismo en el sentido del voto. Riesgo que optaron por evitar en mutuo acuerdo los miembros del bipartidismo, siendo por ello que a estas alturas siga sin darse un debate real sobre la necesidad de anular formalmente este veto electoral, cuyo carácter arcaico, inútil y sin sentido , facilita prácticas poco ortodoxas en la esfera de ciertos segmentos del electorado, al igual que poco recomendables interpretaciones.
No obstante el demandado apagón de esta veda electoral no ha de interpretarse como sinónimo de renuncia al recomendable ejercicio de reflexionar sobre la función política, sino al hecho de tener que hacerlo por decreto, o llevados por la incoherencia de una Ley Electoral sobrepasada por los acontecimientos, porque si así procediésemos, además de incurrir en un contrasentido estaríamos sustentando una inercia que mas pronto que tarde está abocada a desaparecer.
No tiene sentido alguno que sigamos destinando la víspera electoral a reflexionar sobre falacias
Siendo por ello que la jornada de reflexión, como artificio paternalista del legislador de la Transición en su propósito de proteger al ciudadano del asedio publicitario en la víspera de los comicios, desde su origen dejase de cumplir el objetivo de su finalidad al ser esta disciplina legal en si misma un completo contrasentido.
Lo es, porque el presunto silencio político y mediático que escolta a esa reflexión recae integralmente en los programas electorales de las fuerzas políticas concurrentes, cuyo contenido no pasa de ser un mero referente de insolvencia, papel mojado que no sirve absolutamente para nada, pues al no existir una regulación sobre los mismos, cualquiera puede prometer lo que se le antoje porque los candidatos saben de antemano que si no lo cumple no en incurren en infracción legal, y mucho menos, contraen responsabilidad de tipo alguno.
Por eso a estas alturas, es de confirmar que no tiene sentido alguno la aplicación de tal cautela, de ahí que seguir destinando la víspera electoral a cavilar sobre las mentiras y medias verdades difundidas por las fuerzas políticas en su publicidad electoral no pasa de ser un completo desvarío, criterio que mantengo sin excederme un ápice de las limitaciones que para esta jornada impone el marco legal.
Ante semejante tesitura es obvio que la verdadera reflexión está servida, situación que apelando al sentido común debe dirigir su orientación al cambio de singladura política, pues solo desde esa perspectiva se podrá afrontar con solvencia la reforma electoral que la situación exige, y atemperar entre tanto la aplicación rigorista de la jornada de reflexión utilizando lo expresamente incuestionable de la misma.
No siendo este afirmación una incitación a bordear el marco legal, sino un emplazamiento a la sensatez para adecuar su contexto a la realidad de los tiempos y superar con ello el actual estado de ridiculez que su aplicación induce.