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El presidente de Asturias, Javier Fernández, dirigirá la gestora permanente del PSOE. Su nombre lleva en boca de todos desde principios de semana. El sector que ha tumbado a Pedro Sánchez le ha pretendido como presidente desde un principio y le ofrecieron el puesto cuando se tramó la dimisión en bloque que ha acabado con el liderazgo de Pedro Sánchez. El presidente asturiano se negó en un principio. Hoy, ha aceptado el encargo.
Fernández habrá de hacer dos cosas fundamentales: dirigir al PSOE a un congreso e inventar una fórmula para evitar terceras elecciones.
En el PSOE han cesado las prisas. Atrás se queda la posibilidad de intentar el Gobierno alternativo por el que Sánchez clamaba. Los nuevos dirigentes buscarán poner condiciones muy duras al PP para evitar las críticas de los que dicen que todo esto solo tenía un objetivo: la abstención.
Pedir la cabeza de Rajoy no estaba, hasta hoy, en el radar de los nuevos dirigentes. La nueva situación tampoco pone fácil la redacción de ese discurso. El PSOE tiene el encargo de intentar evitar las terceras elecciones, un escenario que provoca más temores en Susana Díaz que en Mariano Rajoy. Con esas cartas sobre la mesa, este PSOE herido tiene pocas bazas para negociar una abstención que necesitan tanto o más que el propio PP.
Un acuerdo con Podemos también ha desaparecido del escenario. Los intentos de Sánchez para lograrlo y su disposición a apoyarse en independentistas explican en buena medida el dramatismo que ha cobrado la caída del líder socialista.
La elección de Fernández se ha producido por aclamación, sin necesidad de urnas ni de manos alzadas. Con Sánchez fuera de Ferraz, ha llegado el nuevo tiempo para un PSOE que intenta cerrar las heridas abiertas en este proceso.
El presidente asturiano es un dirigente respetado en todos los ámbitos del socialismo. Fue, junto a Fernández Vara, uno de los puentes en los que Sánchez se apoyó a su llegada. La ruptura con Fernández, en la navidad de 2015, supuso el inicio del fin del líder recién depuesto.