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El volcán Cotopaxi. Foto: Daniel AndradeEsta es una publicación póstuma de un bonito texto sobre los recuerdos de la infancia de Sonia en EcuadorHace dos años cambié mi casa grande, donde había coleccionado mi vida de los anteriores treinta años, para reducirme temporalmente a un departamento pequeño. Me fue difícil llegar a los archivos de las fotos familiares. Pero por esta razón, accedí a la fototeca de mi memoria, donde guardo impresas muchas imágenes, unas hermosas y otras no tanto.Era una niña de unos 12 años de edad y durante las vacaciones viví en la finca avícola de mis padres en Machachi, llamada pomposamente en esa época La Granja Avícola de los Salazar. Como siempre, hacía mucho frío y había llovido durante toda la semana. De repente, el domingo después del almuerzo comenzó a despejarse.La familia, azuzada por mi padre, salió rápidamente y subió en la vieja camioneta Studebaker a un bosque que existía a las faldas del volcán El Corazón. Era un alto bosque de pinos, donde en muchísimas ocasiones habíamos ido a almorzar aquellos riquísimos choclos con queso, que no sé cómo mi madre los conservaba calientes sin contar en ese entonces con los termos que existen ahora, y otras delicias que sus manos creaban especialmente los fines de semana. Pero esta vez, la prisa de la salida no permitió llevar nada más que un cafecito caliente.Mientras ascendimos, las montañas se iban despejando. Mi padre nos recorría con nombres la cadena montañosa del oriente. El volcán Pasochoa al lado izquierdo con su gama de verdes; de manera extraordinaria el Rumiñahui con sus cientos de picos nevados; más atrás y hacia la derecha el majestuoso Cotopaxi, que hasta ahora me lleva a pensar en un gigantesco cono de helado, y más, más atrás el volcán Antizana, la montaña que parece una inmensa muela solitaria. Las cimas de los nudos montañosos que conectan estas soberanas montañas mantenían una línea de nieve escarcha, parecida al azúcar que mi madre regaba en aquel delicioso pastel de naranja de sabor fresco que solía hornear. ¡Qué maravilloso!Mientras el sol decaía por detrás de la montaña, la nieve que cubría este espectáculo cambiaba de naranja a amarillo brillante y luego a amarillo claro; de celeste a violeta hasta que llegaba por fin a un azul profundo. Aunque siempre observo la naturaleza en los lugares a los que voy, el cielo andino del lado este no tiene parangón. Por ello, esta foto panorámica, tomada con el gran angular de mis ojos, los precisos detalles alentados por mi padre y la colorida calidez de mi madre, está guardada en la fototeca de mi memoria.Con frecuencia le enseño a mis hijos esa foto que guardo con mucho cariño bajo una clasificación que aún no me invento.Epílogo: Por un abrazoSilvia Albuja
Foto: Daniel AndradeCerré todas las puertas del local, salimos y me senté en la parte de adelante del auto color plata, cargada de todo el peso físico y emocional que llevaba por dentro.?Pon las cosas en la parte de atrás para que no te estorben.«Y... sí, parecía obvio, no sé porqué estos últimos días me había convertido en una especie deEkekoboliviano andante».Ajusté el cinturón de seguridad y el carro empezó a caminar, poco a poco la neblina se hacía más espesa.El rojo del semáforo hizo que el auto se detuviera y sintiera el latir de mi cabeza que iba al compás de mis pies.«Son muchas horas de pie», pensé mientras miraba por la ventana caer la neblina.?¿Estás así porque lo has visto? ?preguntó.Parecía obvia la expresión de tristeza que había secuestrado mi rostro. Siendo un día tan especial y de fiesta, lo más lógico era que estuviera desbordada de alegría.?No, no es por eso, el día de hoy he recibido una terrible noticia.?¿Qué pasó?El pasado miércoles había quedado con una buena amiga para tomar una taza de té, aquí en el CLUB, quería enseñarle el trabajo realizado todos estos días. Siendo una mujer de gusto delicado y frontal, me apetecía mucho que fuese la primera en mirarlo.?Sonia era una mujer del presente, exploradora de la vida, de un lenguaje exquisito, de principios e ideales profundos. Amante de los libros, de una buena conversación y de la contemplación ?solté un suspiro y continué?. La conocí hace un año en un taller de escritura que tomamos juntas, alta y esbelta, una reconocida historiadora, muy culta. Fuimos compañeras de páginas, relatos, narraciones, memorias.Últimamente percibí que una onda tristeza la agobiaba, no podía descifrar el cómo ni el porqué. Pero solo presentía que un terremoto en el alma la había golpeado, la noté triste y algo desilusionada, quizá cansada.?Perdón que te interrumpa, Lu, pero ¿realmente quieres ir a tu casa con esa cara y ese dolor para estar sola? Vamos, te invito una copa, además, porque me interesa saber más de tu amiga.Nos dirigimos a un bar bizarro ubicado por el centro de la ciudad, es uno de mis rincones favoritos para pensar sin ruido, sin tanta gente.Llegamos en pocos minutos pues no había mucho tráfico. Respiraba profundamente, haciendo pausas, para no inundar el auto de lágrimas. Me contenía pero sentía que el sentimiento de pérdida y culpa era cada vez más profundo.?¿Recuerdas el miércoles que llegaste por la noche al CLUB? ?pregunté.?Sí, el día del servicio fallido, cuando renunció el pastelero y te dejó embarcada con todo.?Exacto, ese día vería a Sonia, y cancelé todo a último momento.?Pero y no entiendo ¿porqué te causa tanta culpa?, ¿porqué no la invitas a venir otro día??Sonia me hizo viajar con sus relatos y fue muy crítica con los míos, aún sigo en construcción y me cuesta acertar con los tiempos gramaticales. Me llevó desde un carnaval de cenizas con trajes de seda, vestidos pomposos, con forros de holandilla y filigranas bordadas hasta las montañas andinas para sentir el delicioso sabor del pastel de naranja que su madre le preparaba.?¿Por qué lloras, Lu, que le pasó a tu amiga??Poner en marcha el CLUB ha sido agotador, pero Sonia siempre estaba alentando para que saliera adelante, no solo en esta locura sino con mi terrible escritura. Leyó con atención todos mis escritos. Cuando nos abrazábamos y nos despedíamos, despertaba en mí ciertas emociones que no podría explicar, quizá nos proyectábamos mutuamente; ella porque me veía como su hija, y yo porque anhelaba que mi madre me escuchara con tanto cuidado como ella lo hacía. ¿Sabes por qué quise crear el CLUB??Síii, me lo has repetido varias veces: porque la escritura sana y brinda la pausa necesaria para mirar hacia adentro.Lo miré con sorpresa y pensé: «Vaya, sí me presta atención». Había subestimado su capacidad de escuchar.?Todos los escritores de alguna u otra forma volcamos en los relatos lo que llevamos por dentro. Y por esa razón la amistad que generamos dentro del taller ha sido muy grande, porque aprendimos a conocernos a nosotros mismos, nuestros secretos más ocultos, creencias, ideales, fantasías, con nuestros claros y oscuros. Su último mensaje lo recibí la noche del miércoles:"Mi querida, tenía ilusión de darte un abrazo, muero de ganas por conocer tu creación"La fototeca de su memoria me hizo viajar en el tiempo, en la historia; el gran angular de sus ojos claros, escondidos detrás del marco atezado de sus lentes, me mostraron la tenacidad y constancia que se necesita para llegar a cierta edad completa, viva, firme y decidida.Su posesión más valiosa era tener la conciencia clara, enemiga de la incoherencia, el cinismo y la corrupción.A las 15:51, recibí un mensaje de texto a mi celular de su hijo Daniel, en el que decía que por la mañana había muerto.Lo hizo de la manera más inesperada, pero a su vez más sutil y delicada, como fue ella, con elegancia y sobriedad, de un modo sereno, sin apegos.Sé que ahora descansa y eso me reconforta, pero lo único que no le he perdonado es la orfandad que siento, pues se ha llevado mi abrazo.